noviembre 24, 2024 11:10 am
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Reflexión de la 6ta Palabra del Sermón del Viernes Santo de la «Semana Santa 2023» por Padre Isaías Mata Castillo, MSSCC – Diario Católico


Del Evangelio según San Juan: “Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: Todo está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19,30).

Jesús agonizando, a punto de morir, rinde cuentas a Dios Padre. “Todo está cumplido”. Todo lo he cumplido, lo he aceptado con amor y lo he realizado en obediencia a Ti, Padre mío, bueno y misericordioso. Tu amor a los hombres y mujeres, necesitados de salvación, se ha hecho reconocible en mi entrega hasta la muerte en la cruz.

Jesús reconoce y acepta que había llegado el momento de la entrega suprema y definitiva, su muerte en la cruz. Toda su vida había estado marcada bajo el signo de la obediencia al Padre y de la entrega por la humanidad. Desde el instante de la Encarnación, Jesús recorre el camino que lo lleva hasta el momento de su muerte en la Cruz, máxima expresión de entrega y obediencia a los designios divinos.

Jesús había recorrido, sin apartarse nunca de él, el camino de nuestra salvación. Este camino había comenzado en las entrañas del Padre y había alcanzado la agonía de Getsemaní y la cima del Calvario. Se había vaciado de sí mismo, se había hecho esclavo pasando por la vida como uno de tantos. Había cargado con el pecado del mundo, más aún había sido hecho pecado por nosotros para que nosotros nos salváramos en Él y por Él. El camino de Jesús había comenzado en lo más alto, en el corazón del Padre, y había llegado a lo más bajo, a la muerte; “…Se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz.” (Fil.2,6-11).

Sin embargo, el camino de Jesús fue también un camino de gracia y de perdón, de amor y de misericordia para la humanidad. Ungido por el Espíritu, pasó por la vida haciendo el bien y curando a los enfermos. Comió con los pecadores a quienes ofreció y regaló el perdón de Dios para sus pecados. Acogió a los pobres a quienes anunció la buena noticia del Reino de Dios. Se acercó a los oprimidos a quienes liberó de la esclavitud del pecado, de la injusticia y de la iniquidad.

Desde el mismo comienzo de la vida pública de Jesús, encontramos fundamentos de que Él ha venido para hacer la voluntad de su Padre, cuando entrando en la sinagoga de Nazaret, y abriendo el Libro de Isaías en el pasaje donde está escrito del Siervo de Yahvé: “El Espíritu del Señor esta sobre mí; me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres y proclamar la libertad a los cautivos”, Jesús, mientras todos los ojos están fijos en Él, añade: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír” (Lc 4, 16-20). Así mismo cuando en Jn 6, 38, nos dice: “he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; En Jn 5, 30, cuando dice: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; y en Jn 4, 34: “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. Al fin de su vida, cuando la obra de su Padre está realizada, todas las profecías están cumplidas, incluso la que anunciaba que al justo le darían a beber vinagre, y puede decir: Todo esta consumado.

El “todo está consumado” significa sin lugar a dudas que toda profecía concerniente a la obra de Jesús ha sido cumplida. Pero significa, sobre todo, en una visión más profunda, más íntima e inmediata, que el plan del Padre de salvar al mundo por la obediencia de Jesús ha sido realizado. Después de haber plegado su voluntad creada total y amorosamente a los mandatos de la Voluntad increada, cuya infinita santidad no cesó nunca de contemplar Jesús cara a cara ni siquiera en su agonía, Cristo recoge ahora, en una última mirada, este mundo creado por su Padre, pero atrozmente desfigurado por los hombres y mujeres, y que su muerte va a transformar. Y así como antes había dicho al Padre, en su gran oración sacerdotal, anticipándose un poco al hecho mismo: “Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste” (Jn 17, 4), pronuncia ahora: Todo está consumado. “Doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volverla a tomar. Tal es al mandato que he recibido de mi Padre” (Jn 10, 17-18). Jesús es dueño de su vida. La dará libremente. Pero si el Padre se la pide, es infalible que se la dará. En Jesús, pues, se concilian la libertad y la infalibilidad de su obediencia. Se trata de un alto misterio.

La plegaria de Jesús por nosotros alcanza su punto supremo en la ofrenda que hizo de sí mismo al Padre en la hora de la cruz, en el grito: “Todo está cumplido”. Lo cual nos indica que todo ha sucedido según las Escrituras, todo ha acontecido según el designio del Padre. La Hora de la ofrenda, iniciada con el nacimiento de Jesús en Belén, se realiza en el Calvario. Allí, en Belén, había nacido en la más extrema pobreza, aquí, en el Calvario, muere en total despojamiento y humillación. Es la elección de Dios, la elección del Amor que, queriendo recuperar a los hombres, a sus criaturas, a sus hijos, se hace misericordia, se rebaja, se vacía de sí mismo para volcarse en nosotros como fuente de vida.

“Todo está cumplido”. Es la hora cero de la historia, la hora en que empieza el Día nuevo, el tiempo nuevo, tiempo de la salvación y de gracia en Jesucristo. Todo el dolor de la Pasión parece ahora calmarse, como la tierra que, después de acoger la semilla en el surco, espera en paz que germine.

“Todo está cumplido”. Ahora ya todo tiene sentido. Cristo ha pasado por todos los caminos. Ya no hay callejones sin salida. Ya no hay rutas oscuras y sin sentido. Los caminos del ser humano, si coinciden con los caminos de Cristo, desembocarán en el corazón de Dios. Hemos de mirar y entender las cosas desde el designio de Dios que se hizo realidad en Jesucristo. Todo queda iluminado por el Señor.

Está claro que Jesús ha hecho su parte, ha cumplido la voluntad y la misión encomendada por el Padre. ¿Podemos nosotros decir lo mismo? Nuestro mundo vive realidades que en ocasiones nos llevan a pensar que todo sigue igual, que el mundo sigue dividido, que el mundo sigue sin reconciliarse con Dios. Nuestro mundo es un mundo de promesas incumplidas. Cada día leemos en los periódicos que los políticos prometen una cosa y luego no la cumplen. Y en nuestro caso particular, reina el clientelismo y un mar de corrupción, como tales son los casos: pulpo, medusa, coral, calamar… Y no solo en la política, sino que también en nuestra vida personal y en la vida cristiana debemos reconocer que no siempre cumplimos con la voluntad de Dios.

Es por tanto que, esa palabra de Jesús, “Todo se ha cumplido”, nos debe interpelar a todos los que repetimos cada día en la oración del Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. No es sincera nuestra plegaria si, al mismo tiempo, tratamos de organizar nuestra vida y la de la sociedad en contradicción con la voluntad que Dios nos ha manifestado a través de la misma naturaleza, por medio de profetas que nos son enviados a lo largo de los siglos y, por último, en la persona y el mensaje de su hijo Jesús.

Reconociendo que Dios ha hecho todo lo que está de su parte, ahora somos nosotros que, siguiendo los pasos de Cristo, debemos realizar y terminar la tarea que Dios nos ha dejado, de hacer presente el Reino de Dios y su justicia, siendo honestos y asumiendo la voluntad del Padre y la misión que nos encomienda.

Tenemos el ejemplo de tantos y tantas que durante toda su vida han seguido el camino de Jesús y que al final han podido decir: misión cumplida. Son ellas y ellos los que han ayudado a cambiar el mundo, a construir un mundo más habitable, un mundo que sea hogar y casa para todos y todas. El mundo recuerda a personas que se han dejado guiar por el Espíritu de Jesús y que han vivido el espíritu de las bienaventuranzas.

Termino con esta oración de Pedro Casaldáliga:

De Tu parte, ¡sí!

De nuestra parte,

nos falta aún ese largo día a día de cada historia humana,

de toda la Humana Historia.

Tú ya lo has hecho todo,

¡Rey y Reino!

Todo está por hacer,

a la luz del Reino,

en esta noche que nos cerca (de lucro y de egoísmo, de miedo y de mentira, de odios y de guerras).

El Padre te dio un Cuerpo de servicio

y Tú has rendido el ciento, el infinito.

Todo está consumado,

en el Perdón y en la Gloria.

Todo puede ser Gracia,

en la lucha y en el camino.

Ya has sido el Camino, Compañero.

Y eres, por fin, ¡la Llegada!

En tu Cruz se anulan

el poder del Pecado

y la sentencia de la Muerte.

Todo canta Esperanza… Amén.



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