La agonía de Jesús en la cruz traduce de forma patética, la más abyecta y desencarnada condición del hombre que experimenta la oscura soledad y el abandono de sus más cercanos colaboradores. Sus necesidades se sintieron tan profundamente, que ni siquiera la indiferencia de sus verdugos, el bullicio de la turba burlona y la mirada indiferente de las autoridades, acallaron ese grito que a través del tiempo ha seguido resonando. Tengo sed. Era la sed descrita por el salmista cuando decía: ¨Mi alma tiene sed de ti, como tierra reseca agostada sin agua¨. Pero era también, una sed profundamente humana. Salmo 69.
La escena, es tan cercana y natural que revela, la identidad de aquel que se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado pone de manifiesto su ineludible condición de hombre acostumbrado al sufrimiento, el varón de dolores que nos presenta el profeta Isaías. Jesucristo, no hace un papel en la cruz, la sufre con toda su crueldad, porque el dolor no es transferible, es personal.
Este momento, se equipara a la sed del pueblo de Israel, cuando extenuado por el calor y la sed en el desierto protesto contra Moisés, ante la falta de agua en Masá y en Meribá, prueba que describe el salmo 94. Lo de Jesús no fue una exigencia ni fue una súplica, pero como la Escritura dice, para su sed, le dieron vinagre.
Posiblemente, no haya en el universo otro elemento más necesario que el agua para la vida en todas sus manifestaciones. El Crucificado se hizo desierto y páramo para al mismo tiempo hacerse manantial, de agua viva que salta hasta la vida eterna.
El agónico cuerpo de Jesús, que pendía de forma extremadamente dolorosa, y jadeante del madero, la flagelación que había sufrido, tras haber pasado la noche detenido y consciente de su condena a muerte, habían dejado su cuerpo sediento. Su respiración en tan incómoda posición se volvía cada vez más fatigosa, los labios agrietados por las bofetadas de los soldados, que le habían golpeado abusivamente en su boca por haber dicho la verdad.
Rodeado de enemigos, que se burlaban de él y sabiendo que a ninguno le importaba su sed, encontró fuerza para pronunciar la palabra tengo sed. Otra vez, Jesús siente sed. La hora, en que Jesús pronuncia esta palabra posiblemente, haya sido igual, a la que pronuncio frente a la Samaritana, a medio día y frente a enemigos, pero la sed no conoce fronteras.
Esta palabra de Jesús descubre su coherencia de vida, el maestro había dicho que cuando fuera levantado atraería a todos hacia él. La Samaritana reúsa darle de beber y los soldados le ofrecen vinagre. El Evangelio de San Mateo en el capítulo 25, se refiere a esta negación como uno de los contenidos del juicio final ¨TUVE SED Y NO ME DIERON DE BEBER¨. A sabiendas de que la respuesta seria otra tortura probó aquel vinagre que representaba la copa que le daba su Padre.
Queridos hermanos y hermanas, les invito ahora a reflexionar conmigo esta palabra apelando a la sed del mundo en que vivimos. El papa Francisco ha sido enfático al referirse de forma reiterada al cuidado de la casa común y nos advierte sobre la amenaza que supone no hacer conciencia de la responsabilidad que tenemos de preservar el planeta y los recursos con que cuenta.
Tal como, nos dice el número 28 de la Laudato Si ¨El agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es in- dispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos¨.
La queja pues, sigue siendo que el agua es cada vez más escasa y no se vislumbra solución alguna al menos por ahora.
Sigue diciendo el documento, que la provisión de agua permaneció relativamente constante durante mucho tiempo, pero ahora, en muchos lugares, la demanda supera a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y largo término.
La sed de Jesús es también vivida por la inmensa mayoría de la población, que ve, como de forma desalmada, se encarece el botellón de agua que necesita, para el consumo diario. La gente tiene que comprar agua para sus necesidades habituales, mientras, los ríos mueren ante la desprotección de las autoridades, se privilegian proyectos que atentan contra la supervivencia de las fuentes acuíferas, con tal de que, nos dejen unos millones, aunque se sacrifique la biodiversidad y se comprometa la suerte de las futuras generaciones.
La falta de conciencia, de la ciudadanía, un Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, desaparecido y aparentemente sin planes, un intento macabro de privatizar las aguas, unido a la creciente deforestación y la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, son parte de la agenda con la que se pretende equivocadamente responder a este desafío. Se impone pues, volver al grito ahogado del crucificado, tengo sed.
Hoy hermanos y hermanas. Esta palabra, la dice incluso el mismo planeta, tengo sed, por los niveles de contaminación que padece. Las mismas aguas mueren como si el tercer Ángel apocalíptico, hubiese vaciado sobre el mar y los ríos, la copa de ajenjo con las que son envenenadas. ¨Entonces cayó del cielo una estrella grande, ardiendo como una antorcha. Cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre las manantiales de agua. La estrella se llama Ajenjo. La tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y mucha gente murió por las aguas, que se habían vuelto amargas¨ (Apocalipsis 8,11).
Hoy en día esta realidad, se hace visible en el mal manejo y falta de conciencia: del liderazgo local e internacional, pero lo más penoso de todo esto, es que nosotros mismos, nos encontramos sumergidos en una ola de ceguera espiritual, y humana que nos impide ver nuestros deberes con el medio ambiente, queremos agua, pero no protegemos la fuente que la producen y cuando la tenemos, la desperdiciamos. Es en función de nuestra dejadez, que damos paso a que, nos manipulen y maltraten, entes movidos por el egoísmo, individuos que actúan en función de un bien particular y no al comunitario que es, al cual está llamado a ejercer todo servidor público, ya sea en la industrialización, la tecnología, las construcciones indiscriminadas, la deforestación el uso de fertilizantes químicos, y de químico que afectan el equilibrio ecológico.
La minería irresponsable junto a las políticas que pretenden privatizar las aguas y el alto nivel de contaminación dejan sin aliento, el planeta y muchos seres vivos mueren por la falta de agua. En este sentido la tierra misma grita tengo sed.
Estamos a tiempo de asumir nuestra responsabilidad, de no desperdiciar y contaminar de forma irresponsable las aguas, lo cual, es un pecado ecológico, es un delito que debería ser considerado como un crimen de lesa humanidad.
Desde este humilde ejercicio pastoral pedimos a Jesús que infunda en nuestras autoridades un verdadero compromiso con la sed de este pueblo que es también la sed de Jesús.