Santo Domingo, 11 de febrero de 2022.- La Pastoral de la Salud de la Arquidiócesis de Santo Domingo conmemoró la trigésima Jornada Mundial del Enfermo, con actividades programadas desde el día dos hasta el once, culminando con la celebración de una Eucaristía en la Catedral Primada de América, presidida por el obispo emérito de Ciudad Rodrigo, monseñor Cecilio Raúl Berzosa Martínez.
El evento eclesial, de carácter global, se sustenta en el mensaje que cada año emite a las instituciones sanitarias católicas y la sociedad civil el santo padre Francisco.
Este año bajo el título “«Sean misericordiosos, así como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36). Estar al lado de los que sufren en un camino de caridad”, el papa Francisco reconoce que “todavía queda mucho camino por recorrer para garantizar a todas las personas enfermas, principalmente en los lugares y en las situaciones de mayor pobreza y exclusión, la atención sanitaria que necesitan, así como el acompañamiento pastoral para que puedan vivir el tiempo de la enfermedad unidos a Cristo crucificado y resucitado.”
Al finalizar la eucaristía que se ofreció por la salud de los enfermos, la hermana Sor Trinidad Ayala Adames, coordinadora general de la Pastoral de la Salud de la Arquidiócesis de Santo Domingo, agradeció a los enfermos por la confianza de su cuidado y atención en los establecimientos de salud de la red; a la vida consagrada, a los colaboradores, voluntarios, exhortándoles a nunca olvidar que cuando no es posible curar es posible cuidar.
Asimismo, Ayala destacó al Instituto de Formación Técnico Profesional (Infotep) y las universidades que disponen sus aulas y personal docente para fortalecer sus programas de formación y capacitación; además, a las instituciones públicas y privadas representantes de la salud del país, “cuyos esfuerzos por desarrollar políticas públicas en beneficio de la población más vulnerable”, puntualizó.
En la eucaristía estuvieron presentes funcionarios y representantes públicos y privados del sector salud dominicano, una amplia delegación de la Asociación Dominicana de Voluntariado Hospitalario y de Salud Incorporada (ADOVOHS) y relacionados.
HOMILIA EN LA XXX JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
Querida Madre Trinidad y equipo de profesionales y voluntarios de la Pastoral de la Salud; estimadas autoridades; bienvenidos todos los que os habéis unido a esta celebración anual, de forma presencial o a través de los medios y redes.
Trataré de ser breve y claro. El lema que el Papa Francisco ha deseado para este año es el de «Sean misericordiosos, así como el Padre es misericordioso con ustedes». (Luc. 6, 36).
En la lectura de hoy, tomada de la Carta a los Efesios, y acorde con el lema, se nos ha recordado la primera parte de lema de este año, con una doble y muy consoladora verdad: nuestro Dios es un Padre lleno de misericordia, y nunca nos abandona ni se alejará de nosotros, aunque nosotros sí lo hagamos de Él. El Salmo responsorial lo resumía aún más: “El Señor es mi pastor; nada me falta”.
El Evangelio de san Mateo nos ofrecía lo que implica la segunda parte del lema de este año: “Seamos misericordiosos, como nuestro Padre lo es con nosotros”. Leyendo este capítulo se ha escrito repetidamente que Jesucristo es como un “mal maestro” porque nos ha dicho de antemano de qué nos van a examinar, en nuestro encuentro personal, cara a cara con Él, y en el examen final comunitario: “En el atardecer de la vida, dirá san Juan de la Cruz, nos examinarán del amor”, con misericordia entrañable, es decir, con amor verdaderamente maternal.
Permítanme que “aplatane”, este pasaje del Evangelista, aplicándolo a nuestra realidad dominicana: “Cuando el Hijo del Hombre llegue con majestad, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria, y reunirá a esta generación de dominicanos y dominicanas del siglo XXI… Entonces el rey dirá a los que estaban a su derecha: vengan benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para ustedes: porque estaba hambriento en las calles y barrios de las periferias de la capital y me dieron de comer; tuve hambre y sed cuando estaba en los semáforos, vendiendo mil y una chucherías, y me dieron para poder comprar agua y comida; era migrante haitiano sin documentación y, a pesar de las dramáticas y duras historias pasadas, me recibieron; estaba casi desnudo, sin ropa de repuesto y sin mascarillas para la pandemia, y me vistieron; estaba enfermo de covid y me atendieron; estaba encarcelado y vinieron a verme; era una adolescente embarazada y me ayudaron a dar a luz a mi hijo; era adicto a los colmados, a las bancas y a los casinos y me ayudaron a hacer terapias de desintoxicación; estaba esclavo , como mercancía sexual, en cabañas, en el malecón y en esquinas de barrio y me dignificaron; era tiguere, violento, corrupto, y drogadicto y me rescataron; era viejito, enfermo crónico, y viviendo en soledad, y nunca me faltó compañía; era un niño de la calle y me dieron formación; necesitaba médico y medicinas, sin tener con qué pagar, y me salvaron; vivía en condiciones inhumanas, sin agua y sin luz, y me dignificaron la vivienda; estaba arruinado y depresivo y me ayudaron a levantarme; era mujer maltratada y me dieron cariño; era joven sin trabajo y me procuraron un empleo; mi vida no tenía sentido y me enseñaron a vivir una vida nueva en comunidad; estaba enfermo del cuerpo y del espíritu, y me trataron con generosidad, profesionalidad y dignidad”… Y los justos responderán al Rey: “¿Cuándo te vimos así Señor, y te atendimos?”… Y él responderá: cuando lo hicieron con uno sólo de éstos mis hermanos menores, más pequeños y vulnerables, conmigo lo hicieron”.
Volvemos al lema de la Jornada Mundial del Enfermo del presente año: «Sean misericordiosos, así como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36). Equivale, sencillamente, a estar siempre presentes y al lado de quienes sufren; acompañando con amor y paciencia.
Hace ya treinta años, san Juan Pablo II instituyó esta Jornada Mundial del Enfermo para sensibilizar al Pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias católicas, y a toda la sociedad en general sobre el cuidado especial a los enfermos y a quienes los cuidan. Nuestra Arquidiócesis de Santo Domingo se lo ha venido tomando muy en serio. No sólo celebrando una Jornada, sino de forma continuada todo los días del año. Gracias, hermana Trinidad, y equipo pastoral de la saud, por su incansable e incesante misión. En una reciente visita a su sede, fui testigo ocular del inmenso y fecundo trabajo que desarrollan, con tan reducidos y escasos medios con los que cuentan para atender tantas demandas.
Ustedes son los ojos, el corazón y las manos de un Dios misericordioso, haciendo realidad lo que bellamente expresa la Carta del Papa: “Dios nos cuida con la fuerza de un padre y con la ternura de una madre, y siempre dispuesto a darnos nueva vida en el Espíritu Santo”.
Ustedes son el mismo Jesús, que encarnó la misericordia del Padre. Ustedes, como tantos otros profesionales de la salud, saben estar cerca de quienes, enfermos, sienten especialmente el drama de la soledad. Más aún en estos tiempos de grave pandemia que nos azota, y hasta nos hace morir, muchas veces, en soledad.
Ustedes, como pastoral de la salud, saben derramar sobre las heridas de los enfermos el aceite de la consolación y el vino de la esperanza, siguiendo el ejemplo del Maestro.
Ustedes se atreven a tocar la carne sufriente de Cristo, en cada enfermo; son signo de las manos misericordiosas del Padre.
Qué interesante y verdadero es, que el Papa Francisco, nos invite a bendecir al Señor por los progresos que la ciencia médica ha realizado en últimos tiempos. Sin hacernos olvidar que el enfermo es siempre mucho más importante que su enfermedad y que las máquinas que ayudan a sanarle.
La pandemia, y otras graves enfermedades, nos han redescubierto que, cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar; siempre es posible consolar; siempre es posible mostrar la tierna cercanía a la persona que necesita ayuda.
El Papa se atreve a destacar que la formación profesional de los profesionales de la salud tiene que capacitar, al mismo tiempo, para saber escuchar y relacionarnos con los enfermos.
Finalmente, se nos invita a ser creativos; a construir nuevas “posadas de buenos samaritanos”, para acoger y curar a enfermos de todo tipo, especialmente a los más pobres y excluidos.
El Papa nombra expresamente, una vez más, a los niños, a los ancianos y a las personas más frágiles. Y recuerda algo muy típico también de nuestra realidad dominicana: muchos misioneros, misericordiosos como el Padre, han sabido acompañar siempre el anuncio del Evangelio con la construcción de hospitales, dispensarios y centros de salud. Con ello, la caridad cristiana se encarnaba en formas visibles, y el amor de Cristo, se mostraba más creíble. Hoy también, las instituciones sanitarias católicas, siguen siendo un tesoro precioso que hay que custodiar y sostener.
En una época en la que la cultura del descarte es una triste realidad, estas casas de salud y de misericordia, pueden ser un ejemplo de protección y cuidado de toda vida, aun de la más frágil, desde su concepción hasta su término natural.
Concluye la Carta del Papa, con algo retador: no podemos discriminar a los enfermos; no podemos dejar de ofrecerles la cercanía de Dios y su bendición, ni su Palabra y la celebración de los sacramentos. Esto no sólo es tarea de algunos ministros o movimientos e instituciones específicamente dedicados a ello, sino de todos los bautizados- discípulos, como nos ha recordado Mateo 25, 36: «Estuve enfermo y me visitaron».
En este año del Centenario de la Coronación canónica de Nuestra Señora de la Altagracia, la encomendamos a todos nuestros enfermos; también a los profesionales y voluntarios de la salud, y sus familias. Siempre unidos a Jesucristo, su Hijo, que llevó en sí todo el dolor del mundo. Amén.
+ Cecilio Raúl Berzosa Martínez, Obispo Misionero
– Publicidad –