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Evangelio del día 2 de febrero 2018

by prensa.arzobispadosd@gmail.com

Lectura del santo evangelio según San Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.  Palabra del Señor.

Meditación

“Mis ojos han visto al Salvador”

Celebramos hoy la fiesta litúrgica de la presentación del Señor y la Jornada Mundial de oración por la Vida Consagrada. Por esta razón la liturgia de la Iglesia nos propone iniciar esta celebración con un lucernario o procesión con las luces, dando a entender que Jesús es la luz del mundo, tal y como lo afirmó Simeón, un anciano en el que moraba el Espíritu Santo y que fue capaz de ver con sus ojos el resplandor del Hijo unigénito del Padre. Dios, fue desde antiguo preparando a su pueblo, a través de los profetas para su venida, para su manifestación en la historia humana.

En la primera lectura, el profeta Malaquías está anunciando la entrada en el Templo Santo del mismo Dios en persona, que viene a habitar en su casa. En el Evangelio que hemos proclamado, vemos como Dios ha dado cumplimiento lo que había anunciado por boca de sus siervos los profetas.

Hoy Jesús es presentado en el templo, es llevado por primera vez porsus padres, para cumplir lo prescrito en la Ley de Moisés. En este episodio evangélico tiene lugar el primer encuentro de Jesús, luz sin ocaso, con el pueblo fiel (en las personas de Simeón y Ana), con aquellos que han sabido dejarse guiar por el Espíritu y permanecer firmes en las promesas de Dios.

Dios que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre, ha hecho brillar su rostro de forma definitiva sobre nuestras vidas con la Encarnación de su Hijo, que al hacerse hombre asumió nuestra condición y con su muerte y su resurrección nos dio a todos la posibilidad de compartir la vida con Dios.

En Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nosotros hemos sido rescatados del pecado y de la muerte y hemos sido hechos hijos de Dios, por virtud del sacrificio de Aquél que muriendo nos dio nueva vida. Él, al hacerse hombre, nos ha enseñado a vivir la fraternidad y el perdón. Él nos ha hecho una sola familia, pues nos ha mostrado que Dios es nuestro Padre y que todos somos hermanos. Él nos ha enseñado a vivir en la luz de la santidad y a abandonar las tinieblas en las que nos sumergen el pecado y el error, para poder así descubrir el gozo que da el vivir el evangelio.

Que Dios nos ayude a dejarnos iluminar por la luz del evangelio y que sepamos ser morada de Dios e irradiar a Cristo a todos aquellos que nos rodean.  Amén.

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