Por: Rosa Pagán
Isaías 49: 15 nos dice: “¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré.”
Al leer este versículo, como madre, puedo decir inmediatamente que NO, nunca me olvidaría de mi hijo, siempre he buscado y buscaré la forma de darle lo mejor de mí para su desarrollo, y pienso en él y sus necesidades antes que las mías. Sin embargo, al profundizar me doy cuenta que por más que yo ame a mi niño, Dios lo ama más que yo.
El profeta Isaías compara el amor de una madre (que se dice que es el amor más grande en la Tierra), con el amor que nos da nuestro Dios. El Señor desde antes de nuestra concepción había pensado en nosotros, en nuestra forma de ser y en todo lo que viviríamos, y, sobretodo, nos amaba.
Por nuestra naturaleza humana, las madres podemos fallar en algún momento, algunas abandonan a sus hijos, otras los maltratan. Pero Dios, en su infinita y divina misericordia no nos falla, no nos abandona y mucho menos nos maltrata.
El amor de Dios es tan maravilloso, es tan perfecto, que aún en nuestro momento de debilidad, de pecado, nuestro Señor espera paciente por nosotros para limpiarnos, perdonarnos y llenarnos de Él.
Acerquémonos al amor misericordioso de Dios, y entreguémosle nuestras vidas, porque no importa lo que pase, Él NUNCA se olvidará de sus hijos.
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