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El Pontífice continuó su ciclo de catequesis sobre los vicios y las virtudes y reflexionó sobre la gula. Recordó que Jesús no veía nada malo en comer bien y algo de vino en compañía, y que no debemos sentirnos culpables por un trozo de tarta, pero debemos prestar atención a cómo las relaciones desequilibradas con la comida pueden dañar el planeta y nuestros corazones.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
Tras introducir su ciclo de catequesis sobre los vicios y las virtudes con dos reflexiones sobre la importancia de custodiar el corazón y el combate espiritual, el Papa Francisco se detuvo, este miércoles 10 de enero, en una meditación sobre la gula durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI. Inspirándose en el Evangelio, acotó que, en las bodas de Caná, el primer milagro de Jesús revela su simpatía por las alegrías humanas: se preocupa de que la fiesta termine bien y regala a los novios una gran cantidad de buen vino.
A lo largo de su ministerio, dijo el Pontífice, Jesús aparece como un profeta muy distinto del Bautista: si Juan es recordado por su ascetismo -comía lo que encontraba en el desierto-, Jesús es, en cambio, el Mesías que vemos a menudo en la mesa. “Su comportamiento suscita escándalo, porque no solo es benévolo con los pecadores, sino que incluso come con ellos; y este gesto demostraba su voluntad de comunión y de cercanía con todos”.
Pero el Obispo de Roma observó que también hay algo más: aunque la actitud de Jesús ante los preceptos judíos nos revele su plena sumisión a la Ley, se muestra comprensivo con sus discípulos: cuando son sorprendidos in fraganti porque tienen hambre y recogen unas espigas el día de sábado, los justifica, recordando que el rey David y sus compañeros, pasando necesidad, también habían transgredido un precepto (cf. Mc 2,23-26).
“Pero, sobre todo, Jesús, con una hermosa parábola, afirma un nuevo principio: los invitados a la boda no pueden ayunar cuando el novio está con ellos; ayunarán cuando el novio les sea quitado. Ahora todo es relativo a Jesús. Cuando él está en medio de nosotros, no podemos estar de luto; pero a la hora de su pasión, entonces sí, que ayunemos (cf. Mc 2,18-20). Jesús quiere que estemos alegres en su compañía -Él es como el esposo de la Iglesia-; pero también quiere que compartamos sus sufrimientos, que son también los sufrimientos de los pequeños y de los pobres. Jesús es universal”.
Otro aspecto importante que el Sucesor de Pedro subrayó es que Nuestro Señor hace caer la distinción entre alimentos puros e impuros, que era establecida por la cultura judía.
“En realidad -enseña Jesús- no es lo que entra en el hombre lo que lo contamina, sino lo que sale de su corazón. Y así diciendo “declaraba que eran puros todos los alimentos” (Mc 7,19). Por eso el cristianismo no contempla los alimentos impuros. Pero la atención que debemos tener es aquella interior: por tanto, no respecto al alimento en sí, sino respecto a nuestra relación con él”.
El Papa precisó que Jesús deja claro que lo malo de un alimento no es el alimento en sí sino la relación que tenemos con él. “Y nosotros lo vemos cuando una persona tiene una relación desordenada con la comida, vemos cómo come, de prisa, con ganas de saciarse y nunca se sacia, no tiene una buena relación con la comida, es esclavo de la comida”, añadió. “Y Jesús valora la comida, el comer incluso en sociedad, en las comidas sociales donde se manifiestan tantos desequilibrios y tantas patologías”, agregó.
“Se come demasiado, o demasiado poco. A menudo se come en soledad. Se extienden los trastornos alimentarios: anorexia, bulimia, obesidad… Y la medicina y la psicología intentan atajar la mala relación con la comida. Una mala relación con la comida produce todas estas enfermedades, todas”.
Bergoglio afirmó que se trata de enfermedades, a menudo muy dolorosas, vinculadas sobre todo con tormentos de la psique y del alma. “Existe una conexión entre el desequilibrio psíquico y la forma de comer los alimentos”, manifestó.
Según el Santo Padre, la comida es la manifestación de algo interior: “la predisposición al equilibrio o a la desmesura; la capacidad de dar gracias o la arrogante pretensión de autonomía; la empatía de quien sabe compartir la comida con los necesitados, o el egoísmo de quien lo acumula todo para sí mismo”. “Esta pregunta es muy importante. Dime cómo comes, y te diré qué alma posees. En nuestra forma de comer revelamos nuestro interior, nuestros hábitos, nuestras actitudes psíquicas”, continuó.
Bergoglio aseveró que los antiguos Padres llamaban al vicio de la gula con el nombre de “gastrimargia”, término que puede traducirse como “locura del vientre”. “La gula es una ‘locura del vientre’. También existe este proverbio, que dice que debemos comer para vivir, no vivir para comer, ‘una locura del vientre’”, sostuvo. “Es un vicio que se injerta en una de nuestras necesidades vitales, como la alimentación. Estemos atentos a esto”, advirtió Francisco.
En la última parte de su alocución, el Pontífice comentó que “si lo leemos desde un punto de vista social, la gula es quizá el vicio más peligroso que está acabando con el planeta”. Y explicó:
“Porque el pecado de quien cede ante un trozo de pastel, después de todo, no causa gran daño, pero la voracidad con la que nos hemos desatado, desde hace unos siglos, hacia los bienes del planeta, está comprometiendo el futuro de todos. Nos hemos abalanzado, sobre todo, para hacernos dueños de todo, cuando todo había sido consignado a nuestra custodia, no para nuestro aprovechamiento”.
Francisco insistió que el gran pecado es “la furia del vientre”, pues “hemos abjurado del nombre de hombres, para asumir otro, ‘consumidores’. Y hoy se habla así en la vida social, los consumidores”. Y lamentó que “ni siquiera nos dimos cuenta de que alguien había empezado a llamarnos así. Estábamos hechos para ser hombres y mujeres ‘eucarísticos’, capaces de dar gracias, discretos en el uso de la tierra, y en cambio nos hemos convertido en depredadores, y ahora nos estamos dando cuenta de que esta forma de ‘gula’ nos ha hecho mucho daño a nosotros y al medio ambiente en el que vivimos”.
El Santo Padre animó a los fieles a dejar que el Evangelio nos cure de la gula personal, de la gula social e incentivó a pedir al Señor “que nos ayude en el camino de la sobriedad para que todas las formas de gula no se apoderen de nuestras vidas”.
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