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Evangelio del Día 08 de Febrero 2017

by prensa.arzobispadosd@gmail.com

Lectura del Libro delGénesis 2,4b-9.15-17

Cuando el Señor Dios hizo tierra y cielo, no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia sobre la tierra, ni había hombre que cultivase el campo.

Sólo un manantial salía del suelo y regaba la superficie del campo. Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.

El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que habla modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal. El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara. El Señor Dios dio este mandato al hombre: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comas; porque el día en que comas de él, tendrás que morir.” Palabra del Dios.

Salmo Responsorial:103 R. “Bendice, alma mía, al Señor.”

Bendice, alma mía, al Señor, ¡Dios mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. R.

Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo: / se la echas, y la atrapan; / abres tu mano, y se sacian de bienes. R.

Les retiras el aliento, y expiran, / y vuelven a ser polvo; / envías tu aliento, y los creas, / y repueblas la faz de la tierra. R.

Lectura de Santo Evangelio según San Marcos 7,14-23

En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: “Escuchen y entiendan todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga.”

Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. El les dijo: “¿Tan torpes son también ustedes? ¿No comprenden? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina. (“ Con esto declaraba puros todos los alimentos.)

Y siguió: “Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.” Palabra del Señor.

Meditación

Coexistimos ante una realidad exterior, que palpamos continuamente con los sentidos, pero al mismo tiempo convivimos con los demás al tenor de sus realidades interiores, que no podemos tocar, pero cuyos efectos experimentamos de acuerdo al impacto en nuestras vidas, directa o indirectamente.

En el mundo íntimo de cada persona, es donde se gesta tanto el amor como el odio, donde puede anidar el egoísmo al igual que el altruismo… más complejo aún, donde pueden gestarse ambas cosas a la vez. Decía el cantautor Facundo Cabral, que en cada hombre vive lo mejor de Dios…y lo peor del diablo. Algo tiene de razón si por un momento pensamos que la santidad se fortalece en la búsqueda constante del encuentro con Dios, viviendo en el Espíritu Santo, fortaleciéndose en las obras piadosas, en la vida sacramental; lo mismo que el pecado, con todas sus consecuencias, engorda gradualmente en lo más profundo del hombre.

Nuestra cultura no contempla el adiestramiento, por ejemplo, en el manejo apropiado de las emociones que se generan al interior -el corazón-, que no se trata del órgano pulsátil, sino de esa realidad interna donde no llega el bisturí.

Pero lo cierto es que la suma de los sentimientos es lo que mueve la conducta, saliendo del corazón la bondad o la maldad de cada persona, no lo que entra y que después sale del cuerpo, advertía Jesús a la gente, que consideraba “impuros” cierto tipo de alimentos, de acuerdo al contexto social.

El condicionamiento cultural unido a la observancia de la llamada Ley de Santidad inspirada en el Levítico, con sus nociones de lo puro y lo impuro, lo sagrado, lo profano y la santidad, lo convirtieron en duro y pesado.

Antes de llegar Cristo, para garantizar la pureza del clero, los sacerdotes ampliaron las reglas de la pureza, modelando la conducta de los habitantes de Israel con estatutos muy rígidos, al punto de que la gente pasaba gran parte del día programando sacrificios para “purificarse” por múltiples razones, tanto si se “contaminaba” por acción propia, como si lo hacía al entrar en contacto con alguien o algo “impuro”.

Con Cristo cambian las cosas, situando lo puro no tanto en rituales externos, cuanto que pertenece al ámbito de lo intocado, ya sea en hechos o intenciones.

Por esa razón no debemos descuidar la mirada hacia adentro, examinando continuamente con celo nuestra vida interior, nuestros actos e intenciones reservando para ello momentos de oración profunda. Nada contribuye más a despejar de nuestro interior pensamientos o sentimientos que no son buenos, que acudir al sacramento de la reconciliación, a la confesión ante un sacerdote.

No podemos impedir que, cual aves rapaces, las malas intenciones sobrevuelen nuestro corazón, pero así evitamos que hagan nido en el.

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