septiembre 7, 2024 9:29 pm
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EL ARTE DE VIVIR COMO RESUCITADOS

by Arquidiocesis de Santo Domingo

Las comunidades de “Resucitados”, provocan conversiones. Así lo afirma Mikel Azurmendi. Justamente al concluir su libro “El abrazo”[1], habla de una antropología cristiana en clave de “amar la vida, de donarla e incrementarla, de reforzarla y vivirla verdaderamente”[2]: “si se pudiesen destilar todas la existencias humanas para extraer de ellas el orujo más puro de vida, lo más absoluta y resolutivamente humano que obtendríamos en tal laboratorio sería la gratuidad. Porque la médula de la vida vegetal y animal es el don, lo gratuito. Tal como se recibe, así se da. La hierba da más hierba; el trigo da trigo; el vencejo, crías de vencejo; los humanos generan humanos. Estos cristianos se proponían amar y aman, aun sin pedir nada a cambio. Aspiraban a entregarse y lo hacen. Todo lo humano de su entorno lo vuelven más duradero. Ello hace que encuentren la felicidad de manera renovada allá donde vivan… Por eso es verdadero estilo de vida humano”[3].

Para nuestro tema, nos hacemos eco también de un interrogante: “¿Y qué decir de la cultura ya generalizada de distinción entre la verdad y la falsedad, que rompe la confianza en los demás?”[4]. Se constata el fracaso y falsedad de los estilos de vida nazi y comunista, y se cuestiona, así mismo “el patrón humano propuesto por Nietzsche, como última solución ilustrada: el superhombre”[5], y que, añadimos, tiene mucho que ver con lo tratado en la presente obra. Estas antropologías son insostenibles, según el autor, por su trágica inadecuación a lo que es humano: “el don gratuito, que se agranda conforme se da, y la mirada agradecida ante su propio misterio, porque es fin y no medio, pese a ser (el hombre) algo donado”[6].

Salir de estas antropologías no es fácil, porque, como escribe el judío G. Stainer[7], “estamos en un largo sábado, donde unos eligen el suicidio ya que dicen que no habrá domingo… ¡Ni para el hombre ni para sociedad!… Los que tienen la alegría del amor, han conocido esos domingos, y ciertos momentos de epifanía y de transfiguración total”. Durkheim y Weber, también citados, por el contrario, hablan “no solamente del domingo, sino que el domingo es cada día de la semana. Lo sostienen con su vida “endomingada” de la luz de darse uno mimo, y con el agua de colonia del salir al encuentro del otro”[8].

Concluye M. Azurmendi, que los cristianos, con su visión espiritual, y antropológica, viven resucitados y transfigurados todos los días de la semana. Porque cada día es resurrección para quien vive injertado en Cristo Resucitado, refirmado con un estilo de vida cotidiano de resucitados[9]. La cosmovisión cristiana “está entre las más validas que nunca haya conocido el mundo, y este planeta del ser racional dependiente”[10]. El futuro dependerá del valor y coraje para generar personas y comunidades de “en-cristiados” que, a su vez, hagan posible metrópolis “en-cristiadas”. Concluye el autor: “Yo le diría al sabio Steiner que todavía está a tiempo de mirar hacia la gente del “alma endomingada”, y con cara de resucitados. Gente cuya vida apunta hacia la verdad de lo humano”[11].

De hecho, en su libro, habla de las comunidades de “Comunión y liberación”, como “una forma nueva de vivir y de entender la vida”[12]. Viven la armonía “de una existencia única”, desde el nacimiento hasta la muerte, unificada en su entrega al otro; y el éxito del vivir es la alegría íntima del abrazo a los demás: “Este vecindario nuestro aprende el arte de vivir… y hace posible que cada vida individual se muestre como una obra del arte de vivir”[13], al estilo de los primeros cristianos, haciendo del otro siempre un bien y haciendo sitio a un Dios amoroso en su vida cotidiana. Pertenecen a Dios, al mundo, y a los demás. Son la belleza viviente y actual del rostro de Cristo Resucitado[14]. Por eso el vivir cristiano no es recuperar “la memoria perdida”, sino el “hacer que el resucitado acontezca en cada momento de la vida”[15]. El cristianismo no es una filosofía, ni una ideología. Es un acontecimiento: Jesucristo, centro del cosmos y de la historia. El cristianismo no es una religión sino una vida. Son relaciones “nuevas, que nacen de un encuentro con una humanidad nueva”, que vive desde el Resucitado[16].

 

[1] Cf. M. AZURMENDI, El abrazo. Hacia una cultura del encuentro, Almuzara, Madrid 2018, 296-306.

[2] Ibid., 296.

[3] Ibid., 297.

[4] Ibid., 299.

[5] Ibid., 300

[6] Ibid., 301.

[7]Ibid., 303-304. Se cita: G. STAINER, Un largo sábado, Siruela, Madrid 2014.

[8] Ibid., 305.

[9] Id.

[10] Id.

[11] Ibid., 306.

[12] Ibid., 16.

[13] Id.

[14] Ibid., 169.

[15] Ibid., 241-242,

[16] Ibid., 254-255

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