(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco ha recibido este miércoles por la mañana en el Aula Pablo VI a los participantes de una peregrinación de franceses en situación económica de dificultad, provenientes de la diócesis de Lyon y guiados por el cardenal Philippe Barbarin. La iniciativa es promovida por la asociación ‘Amigos del padre Joseph Wresinski’, en ocasión del centenario del nacimiento del prelado que dedicó su vida a los pobres.
“Con los responsables que les acompañan, veo una hermoso testimonio de fraternidad evangélica en este caminar juntos”, dijo el Santo Padre y subrayó la importancia de ayudarse los unos a los otros, ofreciendo recursos y tiempo para que estas personas pudieran venir, “donándose a ellos, donándonos nosotros, donándome yo, a Jesús mismo”.
“Jesús quiso compartir vuestra condición –les recordó el Papa– lo hizo por amor de cada uno de nosotros: despreciado por los hombres, olvidado, uno que no cuenta nada. Y cuando les suceda que prueben todo esto, no se olviden que también Jesús lo ha sufrido”. Esta es “la prueba de cuánto somos valiosos a sus ojos y que él está cerca de nosotros”.
Y añadió que los pobres están “en el corazón de la Iglesia”, ellos nos permiten encontrar a Jesús, porque nos hablan de Él no tanto con palabras sino con toda la vida, dan testimonio con los pequeños gestos de que somos hermanos y “que Dios es padre de todos nosotros”.
“¿Qué pensaba la gente cuando veía a María, José y Jesús por las calles, huyendo a Egipto?” dijo, porque “ellos eran pobres, sufrían tribulación por la persecución, pero allí estaba Dios”.
Agradeció así a los acompañantes, que fieles a la intuición del sacerdote Wresinski, que partía de la idea de la vida compartida y no de “teorías abstractas que nos llevan a las ideologías” porque “las ideologías nos llevan a negar a Dios que se ha hecho carne, uno de nosotros. Porque –aseguró el Pontífice– la vida compartida con los pobres nos transforma y nos convierte”.
Francisco elogió el hecho, no solo de caminar con ellos, sino de despertar en torno a ellos una comunidad, restituyéndoles en cierto modo una existencia, una identidad, una dignidad. En particular el Año de la Misericordia “es la ocasión de redescubrir y vivir esta dimensión de solidaridad, fraternidad, ayuda y apoyo recíproco”.
El Pontífice recordó también cuando el diácono romano san Lorenzo decía: ‘Los tesoros de la Iglesia son los pobres’. Y que a Jesús que sufre podemos encontrarlo en la puerta de nuestras iglesias.
Por ello les pidió que desde la pobreza cumplan una misión: rezar por las personas que no acogen el mensaje del Padre, porque así como Jesús dijo bienaventurados los pobres, hambrientos, los que lloran, los odiados y perseguidos, dijo otra que pronunciada por él causa miedo. Lo ha dicho a los ricos y sabios, a quienes ahora ríen, a quienes les gusta ser adulados, a los hipócritas.
Por ello, añadió, “les pido también rezar por los culpables de vuestra pobreza, para que se conviertan”. Rezar “por tantos ricos que visten de púrpura y seda y hacen fiesta con grandes banquetes, sin darse cuenta que en su puerta hay muchos Lázaros necesitados de comer las sobras de sus mesas”.
Les pidió también rezar por los sacerdotes y los levitas que viendo al hombre golpeado y medio muerto, pasaron de largo. Pero les recomendó que a todas estas personas “sonríanle desde el corazón, deséenle el bien, pidan a Jesús para que se conviertan”. El Santo Padre concluyó dándoles la bendición apostólica, rezó con ellos, y después se acercó a saludarlos.
Fuente: www.zenit.org