Publicamos el texto íntegro del prefacio de Francisco al libro “Rezar hoy. Un desafío para superar”, publicado por LEV y firmado por el cardenal Angelo Comastri. Se trata del primer volumen de una serie de pequeños textos que se publicarán en el Año de la Oración convocado por el Pontífice en preparación del Jubileo de 2025.
Papa Francisco
La oración es el aliento de la fe, es su expresión más propia. Como un grito silencioso que sale del corazón de quien cree y se confía a Dios. No es fácil encontrar palabras para expresar este misterio. ¡Cuántas definiciones de la oración podemos recoger de los santos y de los maestros de espiritualidad, así como de las reflexiones de los teólogos! Sin embargo, sólo puede describirse con la sencillez de quien la vive. Por otra parte, el Señor nos ha advertido que, cuando oramos, no debemos malgastar palabras, engañándonos al creer que seremos escuchados. Nos enseñó más bien a preferir el silencio y a confiarnos al Padre, que sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos (cf. Mt 6, 7-8).
El Jubileo Ordinario de 2025 está a la vuelta de la esquina. ¿Cómo preparar este acontecimiento tan importante para la vida de la Iglesia si no es con la oración? El año 2023 se ha dedicado al redescubrimiento de las enseñanzas conciliares, contenidas sobre todo en las cuatro Constituciones del Vaticano II. Es una manera de mantener viva la consigna que los padres reunidos en el Concilio quisieron poner en nuestras manos, para que, mediante su aplicación, la Iglesia rejuvenezca su rostro y proclame la belleza de la fe a los hombres y mujeres de nuestro tiempo con un lenguaje apropiado. Ahora es el momento de preparar el año 2024, que estará dedicado por completo a la oración. En efecto, en nuestro tiempo es cada vez más fuerte la necesidad de una verdadera espiritualidad, capaz de responder a los grandes interrogantes que surgen cada día en nuestra vida, provocados también por un escenario mundial que ciertamente no es sereno. La crisis ecológica-económica-social agravada por la reciente pandemia; las guerras, especialmente la de Ucrania, que siembran muerte, destrucción y pobreza; la cultura de la indiferencia y del descarte tiende a sofocar las aspiraciones de paz y solidaridad y a marginar a Dios de la vida personal y social… Estos fenómenos contribuyen a generar un clima de pesadumbre, que impide a tantas personas vivir con alegría y serenidad.
Necesitamos, por tanto, que nuestra oración se eleve con mayor insistencia al Padre, para que Él escuche la voz de quienes se dirigen a Él con la confianza de ser escuchados. Este año dedicado a la oración en nada menoscaba las iniciativas que cada Iglesia particular siente que debe programar para su compromiso pastoral cotidiano. Al contrario, recuerda el fundamento sobre el que los diversos planes pastorales deben desarrollarse y encontrar consistencia. Es un tiempo en el que, tanto personalmente como en comunidad, se puede redescubrir la alegría de orar en la variedad de formas y expresiones. Un tiempo significativo para aumentar la certeza de nuestra fe y la confianza en la intercesión de la Virgen María y de los santos. En definitiva, un año en el que vivir casi una “escuela de la oración”, sin dar nada por supuesto ni por obvio, sobre todo en lo que se refiere a nuestro modo de orar, sino haciendo nuestras cada día las palabras de los discípulos cuando pedían a Jesús: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1).
En este año se nos invita a ser más humildes y a hacer espacio a la oración que brota del Espíritu Santo. Es Él quien sabe poner en nuestro corazón y en nuestros labios las palabras justas para ser escuchados por el Padre. La oración en el Espíritu Santo es la que nos une a Jesús y nos permite adherirnos a la voluntad del Padre. El Espíritu es el Maestro interior que nos indica el camino; gracias a Él, la oración de una sola persona puede convertirse en la oración de toda la Iglesia, y viceversa. Nada como la oración según el Espíritu Santo hace que los cristianos se sientan unidos como una familia de Dios, que sabe reconocer las necesidades de cada uno para hacer que se conviertan en invocación e intercesión de todos. Estoy seguro de que los obispos, sacerdotes, diáconos y catequistas encontrarán en este año las modalidades más adecuadas para poner la oración en la base del anuncio de esperanza que el Jubileo 2025 quiere hacer resonar en este tiempo agitado. Para ello será muy valiosa la contribución de las personas consagradas, especialmente de las comunidades de vida contemplativa.
Deseo que en todos los santuarios del mundo, lugares privilegiados para la oración, se multipliquen las iniciativas para que cada peregrino encuentre un oasis de serenidad y parta con el corazón lleno de consuelo. Que la oración personal y comunitaria se haga incesante, sin interrupción, según la voluntad del Señor Jesús (cf. Lc 18, 1), para que el Reino de Dios se difunda y el Evangelio llegue a toda persona que pida amor y perdón. Para facilitar este Año de oración, se han elaborado algunos textos breves que, por la sencillez de su lenguaje, ayudarán a adentrarse en las diversas dimensiones de la oración. Agradezco a los autores por su contribución y pongo con gusto estos “Apuntes” en sus manos, para que cada uno redescubra la belleza de confiarse al Señor con humildad y alegría. Y no se olviden de rezar también por mí.
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