Por: Luis Guillermo Gómez Batista
Queridos lectores, en especial a todos los jóvenes que leen este artículo, en este 2023 se está celebrando un encuentro mundial que se hace cada 2 o 3 años. Es una confluencia de jóvenes de todos los continentes donde se reúnen diferentes culturas, diferentes idiomas, diferentes pensamientos pero guiados por “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef. 4,5) Este encuentro se llama Jornada Mundial de la Juventud.
Este evento multitudinario fue pensado por el papa Pablo VI cuando se celebraba el Jubileo de 1975 en la Marcha Internacional de la Reconciliación Cristiana, sin embargo es Juan Pablo II quien formaliza la JMJ en 1984 convocando la primera edición en la Ciudad del Vaticano. Han pasado 39 años de ese encuentro que tuvo el Papa polaco con los jóvenes y 38 ediciones que se han celebrado por todo el mundo. La última Jornada Mundial de la Juventud que se celebró fue en la Ciudad de Panamá en enero del 2019 y contó con al menos 1 millón de peregrinos, y además con la presencia del Papa Francisco.
Justamente en la primera semana del mes de agosto se celebra en la ciudad de Lisboa, Portugal, la nueva edición que convocó el Papa Francisco hace 4 años y que no pudo celebrarse el año pasado por la crisis sanitaria del Covid-19. El lema bíblico que guía esta Jornada Mundial de la Juventud es “María se levantó y partió sin demora” (Lc. 1,39). Indudablemente esta es la invitación para todo joven que tiene un profundo encuentro con el Señor, el poder levantarse y seguir el camino sin pausas, sin distracciones, al encuentro con el Señor de la vida que nos llama cada día.
Muchos son los jóvenes que se encuentran viviendo esta experiencia personal en Portugal, pero, ¿y los demás jóvenes que ni siquiera tienen un encuentro personal con Cristo? Para ellos este encuentro es totalmente difícil porque no han tenido un contacto directo o indirecto con un seguidor Jesús, el cristiano, sin embargo Jesús que es la puerta dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”. (Ap. 3, 20)
Tener un encuentro personal con el Señor en estos tiempos no es nada fácil, debido al bombardeo de las ideologías, al falso espiritualismo, a los maestros del “carpe diem”, así como a tantas cosas materiales que hacen poner la esperanza en lo provisional como la tecnología, el dinero, un buen estatus social, un reconocimiento profesional o intelectual. El seguir a Jesús es un proceso desafiante porque exige seguirlo sin cargas, sin apegos, a apostarlo todo por él. En el evangelio de san Marcos el encuentro del joven rico y Jesús (Mc. 10, 17-27) es un ejemplo de cómo seguir al Señor, no solamente cumpliendo los mandamientos del Antiguo Testamento, sino vendiendo todo, dando todo a los pobres, e ir y seguir a Jesús. El secreto para dejarse interpelar por el Maestro es dejándose mirar, dejándose amar, dejándose llamar, y por último, habiendo escuchado al Señor, puedo responder al llamado.
Las experiencias de la Jornada Mundial de la Juventud cargadas de fe permite situar a los jóvenes como el futuro de la Iglesia porque en medio de las crisis existenciales vuelve a aparecer el Señor Jesús diciendo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Escuchar los testimonios de estos jóvenes que se encuentran en la JMJ ayuda a aumentar la fe del creyente, a dejarse transformar por Jesús que está presente en el corazón de estos jóvenes viviendo esta experiencia de fe.
En la JMJ de 1993 de Denver (USA), Juan Pablo II nos recuerda que «Jesús ha venido para dar la respuesta definitiva al deseo de vida y de infinito que el Padre celeste, creándonos, ha inscrito en nuestro ser. En la culminación de la revelación, el Verbo encarnado proclama: “Yo soy la vida” (Jn 14, 6), y también: “Yo he venido para que tengan vida” (Jn 10, 10). ¿Pero qué vida? La intención de Jesús es clara: la misma vida de Dios, que está por encima de todas las aspiraciones que pueden nacer en el corazón humano (1 Co 2, 9). Efectivamente, por la gracia del bautismo, nosotros ya somos hijos de Dios (1 Jn 3, 1-2).»
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