Excelencia Reverendísima, Monseñor Piergiorgio Bertoldi, Nuncio Apostólico de Su Santidad Papa Francisco.
Excelencia Reverendísima Mons. Ramón Benito Angeles Fernández, Obispo Auxiliar de Santo Domingo.
Señores Obispos presentes.
Reverendos Sacerdotes.
Reverendos Diáconos.
Queridos Religiosos, Religiosas.
Movimientos Apostólicos, Fieles Laicos.
Monseñor Benito me ha pedido tener la homilía en la celebración de su 45 aniversario de sacerdote, a lo que no me podía negar, y lo hago con mucho gusto.
Esta homilía pudo ser pronunciada en los primeros días de ordenado. Nos remontamos al año 1978.
Es una reflexión retrospectiva, de un hermano – amigo, con el fin de mirar atrás con un sentido de “evaluación” de estos largos años de ministerio. Evaluación de algunos elementos fundamentales de la vida y misión del sacerdote.
Estos elementos son:
Muchas veces oímos a nuestras gentes orar o decir: “danos Sacerdotes Santos”. Este es también mi deseo: “Necesitamos sacerdotes Santos”. Para poder santificar a la comunidad eclesial, el sacerdote tiene que ser santo. Su vida, su trabajo, sus celebraciones, deberán tener “unción”. No se puede santificar a otros si no se vive la santidad, es decir, una vida de intimidad con Dios. El Señor Jesús, que nos ha escogido, quiere que “estemos con Él”. El Concilio Vaticano II nos urge sobre la vocación a la santidad de toda la Iglesia: “Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro de su propio estado” (LG 42).
“Que todos sean uno, como nosotros somos uno. Que ellos sean uno en nosotros”. El Concilio Vaticano II, ha definido la Iglesia como “Misterio de Comunión”. Hacia ello nos encamina el Plan de Pastoral, hacia una Iglesia Comunión. Esto será posible, si los agentes de pastoral y de modo muy especial los ministros ordenados, viven la comunión entre ellos. Comunión que se traduce en ser hermanos. El presbiterio de una Diócesis debe ser una familia de hermanos.
“La comunión en la Iglesia, precisamente porque es un signo de vida debe crecer continuamente. En consecuencia, los Obispos, recordando que son individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, deben sentirse llamados a promover la comunión en su propia diócesis para que sea más eficaz el esfuerzo por la nueva evangelización en América” (EA 36).
- SACERDOTES EUCARÍSTICOS:
El Orden Sacerdotal y la Eucaristía, son dos sacramentos que nacieron juntos. “Esto es mi carne, Esto es mi Sangre. Hagan esto en memoria mía”. No se concibe un sacerdote, distanciado de la Eucaristía, ni mucho menos, se puede concebir un sacerdote que sólo celebre la Eucaristía cuando se la piden o está en el programa del día, de la semana o del mes. El Sacerdote debe celebrar también para él. De ahí, la necesidad de la “misa diaria” que tanto nos recomienda el Magisterio de la Iglesia.
“Se entiende, pues, lo importante que es para la vida espiritual del sacerdote, como para el bien de la Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la recomendación conciliar de celebrar cotidianamente la Eucaristia” (EA 31).
“Valoramos y agradecemos que los presbíteros vivan su ministerio con fidelidad y sean modelos para los demás, (…) que cultiven una vida espiritual que estimula a los demás presbíteros, centrada en la escucha de la Palabra de Dios y en la celebración diaria de la Eucaristía: ‘Mi Misa es mi vida y mi vida es una misa prolongada’ (P. Hurtado)” (DA 191).
“Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto amaba, dice a su madre, Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 26-27). Representar a Cristo Cabeza y actuar en nombre de él, significa ser como él, el Hijo de María. María estuvo muy de cerca en la vida, pasión y muerte de Jesús. Creo en la fecundidad del ministerio sacerdotal, cuando lo ejerce con un amor filial a la Virgen. La devoción a la Virgen María es garantía de fidelidad para el sacerdote.
“La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro. (…) En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo -en compañía de María”.
El presbítero es el anciano, el hombre maduro, de experiencia. Aunque el ordenado presbítero sea joven, se le confían unas responsabilidades que suponen una gran madurez. La misión que se le confía compromete toda su vida y todo su tiempo. Su ministerio es para ejercerlo las 24 horas del día; es un servicio incondicional. Por esta razón, el sacerdote distribuye su tiempo con responsabilidad, sabiendo que es un servidor de la Iglesia, un servidor de los demás. Su tiempo libre está condicionado a las necesidades de la comunidad y a las demandas de la misión. En esto, es necesario un entusiasmo pastoral, una alegría y gozo en la acción. Poner todo su ser en lo que hace y en lo que vive.
“Los fieles sólo esperan de los sacerdotes una cosa: que sean especialistas en la promoción del encuentro del hombre con Dios” (Benedicto XVI).
“Al sacerdote no se le pide que sea experto en economía, en construcción o en política. Se le pide que sea experto en vida espiritual” (Benedicto XVI).
Estos elementos me llevan a considerar las directrices para la formación sacerdotal planteada en la “Ratio Fundamentalis…”
En dicho documento, la Iglesia exige una formación orientada hacia el discipulado de Jesús y hacia la configuración con Cristo.
No me cabe duda de que mi querido hermano y colaborador ha hecho ingentes esfuerzos por vivir estos valores esenciales a la vida y ministerio sacerdotal, con grandísimos resultados.
Como Arquidiócesis de Santo Domingo, nos unimos a tu alegría en este 45 aniversario sacerdotal.
¡FELICITACIONES!
¡Ave María Purísima!
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