El rostro de Dios que Jesucristo nos muestra no es el de un Dios vengativo y justiciero, de un Dios lejano e imponente; es el Dios cercano que se deja ver en los gestos sencillos de amor verdadero, de ternura, de solidaridad, de compasión y de perdón.
Jesús muere perdonando. Todo el acto salvífico en la cruz simboliza el perdón divino, lo señala el evangelio de Juan 3,14-15: Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado el Hijo del Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna. Pero para el Señor era conveniente hacer explícito este perdón con palabras claras, audibles, contundentes, con la fuerza emocional arrolladora y una autoridad espiritual definitiva.
Hasta ahora el mundo no conocía el perdón. Para los romanos que tenían invadida a Jerusalén, la consigna era «Sé implacable con tus enemigos», porque el perdón era considerado como una cobardía o como una traición. Para los judíos imperaba la ley del talión «Ojo por ojo y diente por diente». Entre nosotros reina el dicho “El que me la
hace me la paga”. Sin embargo, en Jesús colgado en cruz, descubrimos que el perdón es el amor en su máxima expresión. Jesucristo no solamente perdona, no solamente olvida, lo que ya es heroico; Jesucristo excusa, justifica y esto ya es el colmo del amor y del perdón.
Al ser perdonados, somos justificados por Cristo: La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres y mujeres. Perdónalos, Padre, «Que no saben lo que hacen».
La justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón.
La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y sana. Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. “La justificación no es solo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del interior del hombre”, mediante la conversión (DS 1528).
El perdón es para todo: El Señor levantó su mirada al cielo y pidió perdón no sólo para turba presente que lo atormentaba, sino también por cada uno de nosotros en particular; por ti, por mí, por todos.
En esta oración, Jesús se atreve a decirle al Padre que los que lo crucifican, “no saben lo que hace” y, olvidándose de su inmenso dolor pide la remisión de los pecados para los jueces que lo han condenado, para los soldados que lo han crucificado y para la muchedumbre que ha gritos pidió su muerte. Jesús sabe que, si grande fue el pecado
del hombre, mayor es la misericordia del Padre. Jesús perdonando, nos enseña a perdonar. Pero, ¿Es muy fácil perdonar?
No podemos perdonar cuando dejamos entrar en lo profundo del corazón el odio, al espíritu de venganza y al rencor que carcomen el alma y embotan el amor y la misericordia. La falta de perdón, conflicto permanente y caos social.
¡Qué difícil es perdonar una traición, un engaño, una acusación falsa, una ingratitud! ¿Cómo poder perdonar al agresor, al homicida de un ser querido, al violador de un menor, al que humanamente nos ha arrancado la razón de vivir?
Sí, es cierto, perdonar confiando solo en nuestras propias fuerzas, no es una tarea fácil. Pero si con fe mira al crucificado, en él encontraras la fuerza necesaria para poder perdonar a tu enemigo, al que te ha ofendido. Hay una frase, que dice: El no perdonar es como beber una copa de veneno pensando que le va a hacer daño a otra persona, pero al final terminas muriendo tú mismo. Recuerda, hermano, que también tú fuiste perdonado por Jesús en la cruz, que él cargó con tus enfermedades, con tus maldades e iniquidades, porque te ama infinitamente.
El perdón que Dios ofrece es gratuito y transformante y nos invita a darlo gratis. Son muchas las razones por las que tenemos que pedir perdón a Dios: por nuestros pecados, nuestras fallas y limitaciones. Somos hombres y mujeres frágiles pero sostenidos por Dios.
Jesucristo, en este Viernes Santo, contemplándote en la cruz, despreciado y tenido como basura de los hombres, lleno de dolores, detenido y enjuiciado injustamente, cargando nuestras dolencias y pecados (Isaias35), te pedimos que perdone la estructura de injusticia que impera en nuestra sociedad dominicana. A los que se enriquecen ilícitamente despojando a la mayoría hasta del pan de cada día.
Perdona, padre, la falta de honestidad de tantos políticos que engañan al pueblo con falsas promesas de progreso, compran la conciencia de muchas personas por unos cuantos pesos e incluso por un plato de comida y, sin escrúpulos, compran lo más sagrado para un ciudadano, su propia identidad. Perdónalo, porque no saben lo hacen.
Perdona, Seños a aquellos que, llevados por la ambición de poder y poseer, han optado por la cultura de la muerte y, para lograr su objetivo, matan, roban, engañan y secuestran, desaparecen personas. Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen.
Perdónanos también a nosotros, tus seguidores, por las veces que ridiculizamos tu mensaje viviendo una vida de incoherencia entre lo que predicamos y la fe que profesamos.
Perdónanos, Señor, porque aun sabiendo lo que te agrada, no lo hacemos del todo. Hermanos, Vivamos este Viernes Santo como un día redentor desde la profundidad del don de la fe que hemos recibido y que quiere ser fecunda a través del perdón, el amor y la misericordia. Amén.
Primera Palabra, Arquidiócesis de Santo Domingo:
¨Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen¨. (Lc 23,34)
Sor Lourdes Martínez Arcángel, Hijas de la Altagracia (HHA)
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